Por mí y por todos mis compañeros

El que pierda su vida por mí, la encontrará. (Mt 16, 25)

Durante este último mes se ha dado la circunstancia que hemos vivido dos funerales de dos personas razonablemente cercanas al entorno en el que nos movemos. Uno ha sido de una antigua alumna del colegio de mis hijos, de apenas 20 años y otro ha sido de la madre de una chica de nuestros grupos de matrimonios de algo más de 70. Una estaba en la flor de la vida y un cáncer se la llevó. La otra era ya bastante mayor y ha podido preparar su adiós desde la serenidad del que ve que su final está cerca.

En ambos casos la fe de sus familias en la promesa de vida eterna que nos hizo Jesucristo ha sido la que las ha sustentado en estos días. Seguro que han llorado mucho la pérdida, y no es fácil aceptar la muerte de un ser querido, especialmente cuando es joven, pero saber que hay algo después, es de un consuelo incalculable. Eso no quita reconocer que la vida es maravillosa y que nadie quiere acabarla de manera prematura, que los afectos que aquí encontramos y los vínculos que creamos son extraordinarios, y que el amor que nos han regalado en esta vida, seguirá estando ahí aun cuando nos vayamos…pero a la larga, hay que recordar que nuestra vida es sólo un pedacito en la eternidad. No es un drama, en sencillamente la consecuencia de nuestra fragilidad como ser humano.

Pero entonces, ¿Qué sentido tiene la vida? Cada vez estoy más convencido que nuestra vida tiene sólo tres razones de ser.

  • Dios nos ofrece su salvación y tienes toda tu vida para aceptarla. Ese es el objetivo principal de tu vida. Ser capaz de reconocerte Hijo de Dios y aceptar su propuesta de redención. Esa aceptación no es solo una aceptación teórica, sino que tiene unas consecuencias prácticas en cómo vives tu vida, cómo construyes tus afectos, tus vínculos y tus relaciones. Dios que es trino te anima a que vivas su propuesta de redención en comunidad y desde una profunda relación sacramental con Él, especialmente desde los sacramentos al servicio de la comunidad (el orden sacerdotal y el matrimonio).
  • La salvación no es solo para tí, tienes que compartirla y eso, tiene muchas maneras de concretarse. Ese el segundo objetivo de tu vida: Ser capaz de llenar el cielo con tu ejemplo, con tu evangelización… pero también con tu camino de santidad. La manera obvia de hacerlo es con lo que haces o dices. La menos obvia es con lo que la gente ve en ti cuando sigues creyendo y alabando a Dios desde tus desgracias, desde tu enfermedad o desde tus limitaciones. Nunca sabes el impacto tan poderoso que vas a generar con tu fe en otros ante esa situación de adversidad que vives. (Me encanta cómo eso se puede ver en la conversación de Jesús con Santiago el Menor en la Temporada 3 de The Chosen, aquí). Asume que no es culpa de Dios, es simple fruto de nuestra contingencia humana. Pero lo que sí es «culpa» de Dios es que Él es capaz de sacar de esas cosas malas un bien mayor, quizás no para ti directamente, pero puede que para alguno de los que te rodean y te quieren. No lo infravalores, eso también “suma” a tu misión.
  • Tu tercer objetivo en la vida es crear lazos de amor. A través de la comunión de los santos, el esfuerzo de todos los creyentes, tanto los vivos como los difuntos, a lo largo de la historia de la salvación va sumando. Esto significa que el bien que uno hace es compartido por todos, vivos y muertos, y por eso tiene sentido rezar también por los difuntos. De alguna manera esos lazos de amor que estamos generando en vida son capaces de vencer a la muerte y permiten que nuestros difuntos se sigan beneficiando de nuestras oraciones por ellos o que nosotros lo hagamos en el futuro, con el amor que dejamos en el mundo. Y esa es la tercera misión de tu vida: Seguir ayudando a aquellos que ya murieron y no pueden seguir «sumando puntos» para tu equipo.

En conclusión, podríamos decir que nuestra tarea en la tierra se concentra en hacer como hacíamos de pequeños en el escondite. Ser capaz de llegar y decir, “por mí y por todos mis compañeros, pero por mí el primero”. Toda una declaración de intenciones para la salvación de tu alma y de la de la gente a la que quieres. Una hazaña que condena al que se quiere atraparnos y llevarnos a su cárcel y que, es especialmente adecuada para este mes de noviembre que comenzamos, donde recordamos a todos los santos y a todos los difuntos.

Esta es la frase que se incorpora en este diseño dentro de un escenario futbolero, para que nos recuerde que en un equipo todos suman, desde las estrellas (los más santos) hasta el último suplente, que juega poquito. Todos tienen algo bueno que aportar. Así que, volviendo a la infancia, al escondite y a los partidos del colegio, este diseño nos reconecta a la sencillez de nuestra misión, a pesar de lo complicado que lo entendemos a veces, o lo mucho que se nos puede llegar a enredar la vida.

#teatrevesalucirlo


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