Señor, dame de esa agua

Todo el que beba de esta agua, volverá a tener sed (Jn 4,13)

El mes de septiembre es sinónimo de retomar nuestras rutinas, y en muchos casos “enriquecidas” con nuevos propósitos de principio de curso en diferentes aspectos de nuestra vida a los que hay que buscar un hueco en nuestra agenda (estadísticamente, dietas y deporte acumulan más de 2/3 de estos compromisos).

La sensación de plenitud de las vacaciones pronto se olvida, el moreno se pierde y en pocas semanas volvemos de nuevo a la sensación de “volver a tener sed”. En mi caso, cuando tengo esa sensación, mi mente me lleva al pozo de Jacob y al encuentro del Señor con la samaritana.   

Por poner en contexto el lugar de este encuentro, en un terreno tan seco como Israel un pozo de agua ha sido siempre un enclave estratégico que hay que defender. Al contrario que los oasis del desierto, tener acceso a agua fresca en un pozo implica siempre que alguien trabajó para localizar el manantial, que alguien trabajó para cavar el pozo unos cuantos metros, que alguien preparó el sistema de extracción del agua (más o menos complejo) y que muchos otros lo han cuidado a lo largo del tiempo para que haya llegado operativo a nuestros días.

Si os interesa explorar las múltiples historias bíblicas alrededor de los pozos, aquí hay un buen libro que os puede resultar útil (“Siempre Hay Agua en el Desierto: La Presencia de Dios Revelada por los Pozos y los Desiertos de la Biblia”, de Kari Cope). (Otro propósito del curso: dedicar más tiempo a la lectura 😉

En el caso que nos ocupa, el lugar elegido por Jesús para encontrarse con la Samaritana y revelar su misión como Mesías fue el pozo de Jacob. Este pozo era el resultado del trabajo de Jacob y todas sus generaciones posteriores que lo mantuvieron “vivo” hasta el tiempo de Jesús. Un pozo que podría representar toda la historia de fe del pueblo de Israel hasta ese momento.

¿Pero qué le ofrece Jesús a la samaritana? Un pozo diferente del que sacar agua viva para no tener nunca más sed. Una especie de fuente que conecta con Él, que es el Alfa y el Omega, que nos nutre del agua de su vida. Un acceso a una fe basada en un encuentro con Él que supera la fe heredada del Antiguo Testamento. Como decía el papa Benedicto XVI: No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva«.

Podríamos llegar a decir que el día de nuestro bautismo como católicos, la Iglesia nos regala uno de estos pozos que conecta con Jesús, y nosotros, a lo largo de nuestra vida, vamos sacando agua de él para conectar con Él y con nuestras obras, vamos cuidándolo (o no) para que no se nos seque o se nos atasque.

Esta es la analogía que se recoge en este diseño, donde sólo desde Jesucristo, que es el Alfa y el Omega, el principio y el fin, podemos acceder al pozo de agua viva que Él nos promete como hizo por primera vez a la Samaritana en el pozo de Jacob.

Aunque la fuerza de nuestras vacaciones vaya poco a poco a menos según avanza septiembre, no dejemos de ir a este pozo a sacar agua regularmente a lo largo de todo el año. ¡Feliz vuelta al cole!

#teatrevesalucirlo


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