Padre, que no se haga mi voluntad, sino la tuya (Lc 22, 42)
Con esta frase cierra San Lucas el episodio del Señor en Getsemaní y anticipa su aceptación total a la parte más complicada de su misión: aceptar su muerte en la cruz. Sin embargo, esta misión del Señor en la tierra empezó varios años antes en las orillas del río Jordán. El camino de esta misión es lo que se plantea en este diseño haciendo uso del perfil orográfico de Palestina donde se ve tanto el río Jordán como Jerusalén con su monte Calvario.
El río Jordán es un río muy peculiar no solo porque va ganando salinidad según se acerca a su desembocadura en el Mar Muerto sino porque además lo hace es el lugar de menor altitud de toda la tierra (casi 400 m bajo el nivel del mar). ¿Es casualidad que el Señor comience su misión de ascenso a los cielos desde el punto más bajo de la tierra? Podría ser… o quizás no.
Lo que ocurrió entre el Jordán y Jerusalén lo tenemos razonablemente bien documentado en los evangelios con las idas y venidas de Jesús por los diferentes territorios de Israel durante casi tres años y ya, en el último periodo de su vida, de subida a Jerusalén para afrontar su Pasión.
¿Cómo sería esta subida? ¿Qué se le pasaría por la cabeza al Señor durante esos últimos kilómetros de camino? No lo sabemos a ciencia cierta. Lo único que si podemos intuir es que fue fruto de una aceptación total de su misión redentora en la tierra como cordero pascual que salva a toda la humanidad para siempre (“forever” como reza el diseño).
¿Qué habría pasado si no hubiera sido así? La película de “la última tentación de Cristo” plantea ese escenario y es interesante ver sus consecuencias. Os invito que la veáis aquí y saquéis vuestras propias conclusiones.
Al igual que Jesús fue fiel a su misión redentora nuestro paso por la tierra también tiene una misión a nuestra medida que requiere fidelidad. Con su orografía propia. Con sus exigencias. Con sus repechos. Con sus momentos de soledad y sus momentos de compañía.
Los cristianos no estamos en el mundo sólo para ser buenas personas y llegar a ser salvos (que sí), sino también para discernir primero y cumplir después nuestra misión como parte de la Iglesia. Una misión que es personal, (si tú no la haces, otro no la puede hacer por ti). Una misión que muchas veces nos cuesta aceptar, pero que cuando ponemos nuestra confianza en el Señor, es lo que nos permite vivir de manera plena y disfrutar del camino.
¿Y tú? ¿Sabes ya cuál es tu misión?
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