La cena del Señor. (Mt 26, 17-34).
Siempre me ha parecido fascinante la escena de la última cena de Jesús con sus discípulos, no solo por la cantidad de elementos que los Evangelios nos narran de ella, , sino por el simple hecho de que fuera la última cena que iban a compartir con Él físicamente y no lo sabían.
Ya hemos dedicado un diseño al evento central de dicha cena, la instauración de la Eucaristía, que puedes ver aquí, así que, en esta Pascua, queremos dedicar el diseño a las dos “profecías” que realiza Jesús en la cena: Por un lado, el anuncio de la traición de Judas y por otro la triple negación de Pedro. En ambos casos, podemos considerar que son ofensas graves contra el Señor pero de ellas podemos extraer importantes lecciones.
- La primera: Estar al lado del Maestro no garantiza que estemos libres de la tentación, bien de utilizarlo para nuestros fines y enfadarnos si no nos complace (como Judas al sentirse decepcionado por el modelo mesiánico de Jesús), o bien de, en situaciones complicadas, olvidarnos de Él y hacer como si no le conociéramos (como Pedro en las tres negaciones).
- La segunda: Pecar es parte de nuestra naturaleza humana… pero el amor de Dios es más grande que nuestro pecado. Así, a Judas le sigue llamando amigo cuando con un beso le entrega y a Pedro, una vez resucitado, le perdona una a una cada una de sus tres negaciones.
- La tercera: Lo importante no es caer, es saber levantarse y aprender en el camino. Este “mantra” motivacional se puede aplicar 100% a estas situaciones y es en este punto donde ambas profecías toman direcciones opuestas. Mientras Judas se arrepiente y la vergüenza por el delito cometido le lleva a acabar con su vida, Pedro, aunque llora amargamente en el momento, luego va corriendo el primero a ver el sepulcro vacío esperando ver allí al Señor.
¿Cómo hemos plasmado esto en el diseño? Fundamentalmente con dos monedas de plata, de esas que Judas recibió por la traición con el panorama de antes y después de la cena.
La primera moneda lleva grabada la mesa de la última cena, con Jesús de color rojo en medio, rodeado por sus discípulos (cada uno con su símbolo), en negro, más su Madre en amarillo, ya que no podemos concebir que la Virgen María no estuviera con ellos en este momento tan importante. Esa “mesa” tan repleta de la última cena se transforma en la segunda moneda, en un panorama desolador: Pedro le ha negado y carga con sus tres noes, Judas se arrepiente de haberlo entregado y se quita la vida y el resto de discípulos han huido al saber que Jesús va a ser crucificado y va a morir como hombre (y por eso el color azul). Sólo su madre y su discípulo amado se mantienen fieles ante la adversidad y acompañan a Jesús hasta el final.
En ambos casos en el contorno de las monedas se completa la siguiente frase en latín «Non domo dominus, sed domino domus». Frase de Cicerón, habitual de muchas casas romanas que significa: “No es la casa (el apellido) lo que hace al hombre, sino el hombre el que hace (da honor) a la casa”.
Esta sentencia nos enseña lo que se nos requiere de los que nos “apellidamos” cristianos hoy en día: Que se note que lo somos no sólo por la fachada sino, sobre todo, por las acciones que hacemos.
En esa última cena, Jesús nos dejó bien claro cuál es el camino que debe marcar nuestras acciones: “Amaros unos a otros como yo os he amado”. Ahora nos toca a nosotros emprender día a día ese camino y ser capaces de, cuando nos equivocamos no soltar un inocente «¿seré yo, maestro?» sino ir, humildemente, a recibir el abrazo de Cristo en la confesión, como bien contábamos aquí.
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